Alcanzando Estrellas: Historia de una Inmigrante Soñadora
La semana próxima celebro 16 agostos desde que aterricé en Miami una tarde lluviosa. Atrás había dejado el sol, calor y color de mi amada República Dominicana natal, mi familia y mis amigos. Mis lágrimas que no paraban de brotar camino al aeropuerto, se secaron al aterrizar y solo abonaron mi creciente deseo de llegar a mi nuevo mundo: Miami.
Afortunadamente, tenía documentos legales para vivir y trabajar en los Estados Unidos, gracias al sacrificio y esfuerzo de mi papá (y en él, el de toda la familia), quien había hecho vida y carrera en este país por veinte años de los 22 que yo apenas había cumplido cuatro días antes de venir sola.
En mis bolsillos, dos mil dólares, también una fortuna. Mitad ahorrados por mí, mitad regalo de mis padres, voto de su confianza y apoyo a mis planes de emigrar para hacer realidad mis sueños de trabajar en el mundo del espectáculo internacional, carrera que había iniciado a nivel de entretenimiento local en Santo Domingo.
Lo único más pesado que mi equipaje físico y emocional, era mi acento. Mi inglés básico, a pesar de haberlo estudiado desde los seis años. Pocos contactos de trabajo, podía contarlos con una mano. Pero nunca imaginé que solo uno pudiera ser tan valioso. Joven, ciegamente determinada, la única certeza que tenía es que nada detendría mi éxito. Todavía trae lágrimas a mis ojos y resuena en mis oídos la banda sonora de mi viaje, la canción “4:30 am” de Obbie Bermúdez:
“Si alguien te pregunta donde voy
Dile que voy sin miedo con mi sueño
Rumbo al cielo y que pronto llego…”
Rhyna, amiga fiel de mi madre, me abrió las puertas de su casa, de su familia, y de su corazón. Desde mi primera semana ahí, colchón y televisión prestados, renté una pequeña habitación en su casa por un precio justo y me hizo espacio en su hogar y en su mesa siempre llena de sabrosa comida Latina calientita y por eso y mucho más estaré eternamente agradecida.
Un mes después. a pesar de haber pasado días encerrada en casa a oscuras con amenazas de huracanes, ya había gastado la mayor parte de mis ahorros. Mi único trabajo era mandar cientos de resumés a empleos que encontraba en la sección de clasificados del periódico dominical, en línea y a través de los pocos contactos que había traído. Todo era nuevo y diferente, me sentía como viviendo en otro planeta, como aprendiendo a escribir y a vivir con mi mano izquierda: Todo lo que sabía hacer perfectamente en mi país, en mi idioma, tenía que empezarlo de cero aquí.
En la misma libretita que había traído conmigo con la información de los pocos contactos, tenía escrito en detalle lo que quería: Un trabajo fijo, viajar, adquirir la ciudadanía americana, hacer mi maestría, un carro, una laptop, radio, TV y DVD player propios, un Palm Pilot, un celular con email (ultra novedades para mí en el 2004), un apartamento en Miami, Los Angeles o Nueva York (nunca había estado en las dos últimas) y viajar, viajar, y más viajar…La lista era larga y precisa.
En el supermercado compré velas y en una esquina de mi habitación se las prendí a los santos para que me encontraran trabajo. En los primeros tres meses, solo tuve trabajo una semana al mes. Ahora era asistente de produccción, técnicamente un retroceso con respecto a la posición de Gerente de Producción que había logrado alcanzar en mi país, pero eso nunca me importó. Empecé otra vez desde abajo, cumpliendo las órdenes que antes era yo quien daba. Me levantaba de madrugada, caminaba a pie hasta la parada del autobús, de ahí tomaba el tren hasta otra parada de Metromover, hasta llegar a las arenas y teatros de mis sueños. Hice de todo y más allá: Decoré camerinos, colgué bajantes, recluté audiencia en el Dolphin Mall, vendí boletos en la taquilla de conciertos populares de merengue y bachata, compré y serví comida a cientos de personas, manejé vans de pasajeros, me perdí en las calles de Miami una y otra vez, pero nunca perdí de vista mis metas, ni mis valores, ni mi dignidad. Al contrario, gané experiencia, humildad, y sobre todo, la confianza de mis nuevos colegas y clientes, mi nueva familia.
A los nueve meses de haber llegado, le tomé un préstamo a mi madre, y compré mi primer carro en efectivo. Tenía casi 200 mil millas y me dió problemas desde el día que lo compré hasta el día que lo perdí en un choque, al que todavía me refiero como un “golpe de suerte”. Pocos meses después compré mi televisor, para ver esos programas en los que quería trabajar algún día.
Gracias a Tony Parodi, a quien conocí trabajando como su coordinadora de producción local en mi país, y me ofreció mi primer trabajo en Estados Unidos, las oportunidades fueron llegando una a una: Premios Juventud (en su primera edición!), luego los MTV Video Music Awards Latin America, Fox Sports Awards, Premio Lo Nuestro, hasta un tributo a Selena en Houston, protagonista de grandes recuerdos de mi niñez. Al ver los escenarios, las luces, las coreografías, los latidos de mi corazón competían con los aplausos de la audiencia, mis sueños empezaban a hacerse realidad. Cada espectáculo me portaba al próximo, mi resumé iba creciendo y con él mi deseo de llegar más lejos. Los premios Latin Grammy en Los Angeles, Nueva York, Las Vegas, y tantos otros shows más, me llevaron a viajar a esos lugares que había anhelado.
Recuerdo haber asistido a un seminario motivacional organizado por Alberto Sardiñas, talento de Univisión, y aproveché uno de los ejercicios para preguntarle anónimamente qué tenía que hacer para ser exitosa en la industria del entretenimiento. “Encuentra tu mensaje” fue su respuesta. Quedé muda. A pesar de todo lo que estaba logrando, no tenía idea de cuál era mi mensaje. Ahora tenía una nueva tarea: encontrarlo.
Seguí trabajando incansablemente, largas horas, siete días a la semana, el cuerpo me dolía hasta al bañarme. Todavía trabajo así si el proyecto lo amerita y lo haría de nuevo si volviera a empezar. He disfrutado la emoción, orgullo y estrés de ser parte de momentos históricos en música, deportes y hasta política al ser parte de la producción de eventos especiales incluyendo debates presidenciales.
A los tres años de mi llegada, mi hermana Carla vino de República Dominicana, pasamos a vivir juntas, dejando atrás mi habitación en Kendall para ahora compartir la renta con mi hermana de un espacioso apartamento en Downtown Miami.
Los años iban pasando y yo seguía alcanzando las metas en mi lista. Una vez más mi mamá me prestó dinero, y logré comprarme un carro nuevo cero kilómetros y hacer mi maestría en línea desde la Universidad de Barcelona. A pesar de haber tomado clases de inglés en escuelas públicas al llegar, clases de reducción de acento, clases de preparación para el TOEFL y clases de oratoria en Miami-Dade College, todavía le temía a los exámenes estandarizados, a mi inglés y preferí un préstamo familiar a los préstamos estudiantiles.
Meses después apliqué para adquirir la ciduadanía americana y juré por la bandera americana poco antes de cumplir cinco años residiendo aquí, manteniendo aún así la doble nacionalidad. Soy orgullosamente dominicana y americana.
Aunque el plano sentimental no figuraba en mi lista, re-encontré el amor en una vieja llama, Claudio, alguien a quién recordaba con una sonrisa desde Santo Domingo, y nos casamos otro día lluvioso de agosto en Miami Beach frente a cuarenta y tres de nuestros familiares y amigos.
Llegaron tiempos de crisis a Miami, Estados Unidos y el mundo. Con esfuerzo y gracias a los contactos forjados, a pesar de que incurrimos en deudas, nos mantuvimos trabajando la mayor parte del tiempo.
¿Quién me iba a decir que pocos años después empezaría yo a escribir y en inglés? Al cumplir treinta años, me propuse explorar lo que significaba esta década de la vida y la mejor manera de celebrarla. Sabía que no era la única que pensaba de manera diferente a esta edad. Invité a amigos de todo el mundo a compartir sus propias experiencias sobre la vida en sus treintas. Como una manera de retarme y perfeccionar el idioma, creé un blog en inglés. Investigué. Encontré colaboradores expertos que podrían brindarnos sus conocimientos sobre las preguntas y oportunidades únicas de nuestros treintas. Nunca imaginé una respuesta tan abrumadoramente positiva. Aunque escribir un libro y en inglés no estaba en mi lista, In Our Thirties: Insights and Expert Advice for This Decade and Beyond surgió como parte de este inspirador descubrimiento colectivo.
Con la edad, mis pasiones fueron evolucionando. En esa búsqueda constante de superación personal y profesional, encontré una Certificación de Coaching en la Universidad de Miami, un programa en inglés acreditado por la Federación Internacional de Coaching (ICF). Pedí un descuento, me ofrecieron el 10% y la facilidad de cuotas pagar el resto, y es así como me gradué como Coach Profesional Certificada en 2018. Mientras cursaba el programa de coaching seguía escribiendo In Our Thirties, y gracias a todo lo que aprendí investigando sobre mujeres y hombres contemporáneos y mis propios diagnósticos de salud que prácticamente negaban mis posibilidades de convertirme en madre, decidí convertirme en Coach de Estilo de Vida y Fertilidad Natural para compartir mi historia exitosa de fertilidad natural como un mensaje de esperanza para tantas personas que desean convertirse en madres y padres.
Gracias a nuestro sacrificio, trabajo duro y honrado, Claudio y yo pudimos financiar una casa modesta en Miami Shores. Coloridas mariposas y colibríes vuelan alrededor del árbol de mango en nuestro patio. Caminamos descalzos sobre esta pedazo de tierra americana, ahora nuestra propiedad, nuestra humilde versión del sueño americano.
Realizados ya muchos de mis sueños incluyendo el lanzamiento exitoso de In Our Thirties y habiendo encontrado mi mensaje, ahora tengo sueños nuevos, tanto personales como profesionales. Además de ofrecer bienestar al servir como coach, oradora y autora, mi misión y propósito principal hoy es criar a mi hijo Luca y verlo crecer como un hombre de bien mientras por ahora él corretea a nuestro alrededor llenándonos el corazón de alegría y amor.
Espero mi historia te inspire. Espero te dé ideas y estrategias para aprovechar al máximo las oportunidades y los retos que te ofrece Estados Unidos o el lugar donde elijas ir. Me encantaría conocer tu historia. Por favor, cuéntamela.
Me despido con un abrazo largo y apretado, como esos de aeropuertos…
Tu compañera de viaje,