De Financista a Maquillista
Ya sabía que perder el sueño por varios días seguidos era o una MUY buena señal o una MUY mala señal. ¡Mi cabeza no paraba! Conocía, como a las pecas de mis rostros (que son muchas), el binomio riesgo-rentabilidad. El primero me seducía (¡traviesa al fin!) y la rentabilidad… para alguien que creía haberlo perdido todo, poco importaba.
Para ese momento, dos amigas con las que tenía negocios menores, me sugirieron probar suerte con aquellas “habilidades” que ambas habían notado en mi, a lo que accedí sólo por mantenerme ocupada y no porque creyera que ese fuera a ser mi destino, imagínate tú… Fharas maquillando o, peor aún, depilando!
La formación que recibí fue básicamente ser organizada, disciplinada, fuerte y constante; que debía estudiar y hacerme de una profesión. Que debía casarme y formar un hogar; conseguir y mantener un trabajo digno que me ayudara a tener una vida “decente” y criar mis hijos. Todo en ese orden (ojalá pudieran ver mi cara de burla mientras escribo, todavía no me lo creo). La educación profesional (en la universidad) estuvo orientada hacia la calidad y el servicio al cliente. Rápidamente mis profesores de grado notaron en mí ciertas fortalezas, y tuvieron gracias a Dios, el detalle de señalarme que tenía esas cualidades y que si las trabajaba podía escalar profesionalmente. Lo que entendí y aproveché sin problemas (¿quién quiere ser promedio cuando puede ser sobresaliente?). Siendo brutalmente sincera, donde yo llegaba y no había oportunidades las fabricaba, y donde no podía fabricarlas no me quedaba. Así de agresiva fui en todos los empleos. Y claro está, esa actitud no era bien vista por mis colegas y en ocasiones abiertamente rechazada por mis superiores. Lo que a la verdad me valía !@#*. Tuve muchos roces y malos entendidos con mis compañeros de trabajo, de lo que aprendí que ser buena es bueno y ser “la mejor” es malo.
Me eduqué y me re-eduqué. Me abrí paso profesionalmente, siendo madre soltera, ambiciosa y comprometida en una sociedad que te crucifica por ser una de las tres, yo era las tres. No puedo negar que recibí muy buenas oportunidades; logré hacerme una alta ejecutiva en un grupo empresarial de renombre y pasé a ser “Doña Fharas” (@#%!). Mi vida giraba en torno a reuniones de staff, compromisos sociales de trabajo y modelos financieros del tamaño del universo que debía memorizar y mantener en positivo. Tampoco era extraño recibir una llamada a deshoras con la pregunta “¿cómo está el ROI?“
De pronto una mañana abrí los ojos y estaba en casa. Con pareja, con hijos, con una mascota y SIN trabajo. ¡Una profesional como yo! Y mi único pensamiento, ante las escasas probabilidades de reinserción laboral en aquella situación (había perdido el trabajo y quedado embarazada casi al otro día), era que bajo ninguna circunstancia ese iba a ser el final. En varias ocasiones me ofrecieron trabajo, algunos los acepté, pero la vida insistía en devolverme al “calor del hogar”, que para mí era más bien una especie de hoguera infernal que me quemaba despiadadamente.
Aprendí a valorar el tiempo de la familia, aprendí a amar el tiempo para mí. Puse en práctica cosas que sabía muy bien hacer pero que odiaba, como cocinar y pertenecer a club de padres del colegio de mis hijos y hasta eso empecé a valorar. Y mientras esto pasaba, mi verdadero yo envuelto en un impetuoso aire de “emprendedora” secuestraba una habitación en mi apartamento y lo convertía en un conato de estudio de depilación y maquillaje. Como buena financista recorté gastos y los invertí en “el proyecto”. Anoté todo en varias libretas de papel, abrí redes sociales, volví a la escuela esta vez para educarme en el área, contacté personas importantes de la industria y de buenas a primeras estaba otra vez abriéndome paso, fabricando oportunidades y dónde no podía fabricarlas usé la creatividad (que tampoco sabía que tenía), puse todo el empeño y amor en el nuevo reto y triunfé. Quiero que sepan que en este proceso el apoyo de mis familiares y amigos fue prácticamente NINGUNO (sacando a mi suegra y a mi amiga Pamela). Nadie de mis allegados venía por mis servicios, ¡si lo hacían querían que fuera gratis! A penas me recomendaban… Algo que me parecía insólito, pero igual no me detuvo. Demasiado ambiciosa para distraerme. El enfoque es clave para un emprendedor. Hoy puedo decir que mi clientela y seguidores son 100% orgánicos, ¡gracias sólo a Fharas!
A poco más de tres años de haberme lanzado en la industria de la belleza y sin traumas, he logrado mantener 41 clientes fijos (de los cuáles el 30% son extranjeros), un promedio de 5.3 nuevos clientes por mes y una reputación de excelencia y calidad en los servicios provistos de un 86%. Créanme, ¡estos números son excelentes! Para haber empezado desde cero y sobrevivido al intento, esto me basta para NO detenerme y seguir (¡la ambición no tiene límites!) Y sé que en el juego de la vida la apuesta siempre es a mí.¿Apuestas?
Besos,
Fha
Sobre Fharas: …Financiera de profesión, maquilladora por vocación, emprendedora por necesidad…
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